Ha muerto el viejo Alberto Fujimori, el hombre fuerte del Perú entre 1990 y 2000, una década en que gobernó con puños de hierro y manos de dictador. Tenía 86 años y ha fallecido el mismo día en que hace tres años murió Abimael Guzmán, su archienemigo más encarnizado.
Su salto a la vida pública fue un golpe del destino. En 1990 era apenas un humilde y desconocido rector de una universidad agrícola de Lima, cuando fue catapultado por ciertos acontecimientos. El debate más candente se centraba entonces en la estadidad o privatización de la cosa pública, y Mario Vargas Llosa se candidateaba como adalid de lo privado frente al intervencionismo estatal. En ese escenario emerge para trastornarlo todo la figura inmaculada del ingeniero Fujimori.
Su triunfo en las urnas fue casi un milagro electoral. Vargas Llosa era el candidato más potable, pues estaba acompañado de un sólido prestigio literario y de un discurso conservador antigobierno. Ganó la primera vuelta. Pero en el balotaje se fue de bruces, derrotado por el anónimo Fujimori.
El hombre se hizo fuerte en el poder. Disolvió el Congreso y asumió todos los poderes de la nación: se volvió omnipotente. Y le declaró la guerra sin tregua a los terroristas de Sendero Luminoso y su líder Abimael Guzmán, el rebelde impenitente. Atrapó a Guzmán y descabezó a Sendero, imponiendo la sangre de la paz y la paz de la sangre.
Salió del poder, lo apresaron y estuvo unos 16 años en prisión, acusado de ordenar matanzas y de violar los derechos humanos. Enfermó y se viralizó en las redes. Ya puede descansar para siempre.